viernes, 14 de septiembre de 2007

Ponencias 2007

ORALIDAD, ESCRITURA E IDENTIDAD EN LAS LENGUAS

PALABRA Y LITERATURA

En un principio, se sabe, era el verbo, la palabra que ilumina la sombra, brotando como un manantial inteligente. En la gran Nada primordial irrumpe la palabra en la boca de los dioses, los que sin ella no podrían haber creado al mundo ni a los hombres. Es el viento de la palabra, con su tono imperativo, el que engendra el universo. Entre la palabra pronunciada y el acto no podía haber, en esos luminosos orígenes a los que se remonta el mito, distancia alguna. Para los tupí-guaraní, el ser y el lenguaje son una sola cosa. La misma palabra tupí significa "sonido de pie", y este pueblo considera al ser un sonido, un tono de la gran música cósmica, regida por Ñamandú Ru Eté, el supremo espíritu creador, llamado también Tupa, que significa "sonido que se expande", y que fue asociado al trueno que precede a la lluvia fecundante, y también sería el estallido, igualmente fecundante, de la palabra.

Pero existe algo anterior a la palabra, sin la cual ésta resulta impensable: la misma voz que la sustenta. La voz transportó a la palabra como un carro sagrado hasta que la escritura la decretó prescindible, al fundar un lenguaje sin voz, privado de una gran cantidad de elementos semánticos que no sólo eran usados como recursos del éxtasis, desde un plano estético, sino también como criterios de verdad poco falibles. Es que la voz, en tanto sonido, no puede dejar de registrar la estructura interna del cuerpo que la produce. Al juzgar esta transmutación, conviene tener presente que la aventura humana no se funda en la escritura, que es un mero artificio exaltado por la civilización occidental, la más grafocéntrica de todas, sino en la palabra, que es fuego nombrador, poder generador y normativo. Esta palabra-fuego de los orígenes está siendo suplantada hoy por la palabra-juego que tanto gusta al pensamiento único, porque no bucea el numen de las cosas sino que se despliega sobre la superficie de las mismas, en artilugios autocomplacientes que nada revelan. Y como bien se sabe, lo que no revela no rebela. En África se dice que el poeta no es un prestidigitador, sino un hechicero que busca el secreto de las hondas comunicaciones, de los grandes incendios.

Es preciso cuestionar de manera radical la pretendida universalidad de la concepción occidental de la literatura, porque estuvo desde el principio al servicio de una hegemonía. Sólo así podremos abrirnos sin prejuicios hacia otras literaturas escritas del ámbito popular, y sobre todo a los tesoros de la oralidad. Para ello, hay que fundarse en la palabra y no en la escritura, en el lenguaje en sí antes que en el texto impreso. El desafío pasa entonces por construir una teoría comprensiva de todos los sistemas, y basados tanto en la escritura como en la oralidad. Tal nuevo orden debe establecer relaciones simétricas, es decir, no jerárquicas, entre sus partes, considerando lo enriquecedor que resultó siempre el diálogo, tanto para la oralidad como para la escritura.

Esta ciencia de la literatura a crearse sobre tal base será verdaderamente universal, por reconocer todas las prácticas narrativas y poéticas del lenguaje. Además de la historia y la crítica literarias, tomará en cuenta la antropología, la sociología, la filosofía, la semiología y la teoría del arte. Devendrá así algo profundo, que no se quedará en el mero comparativismo. O sea, se trata de hacer algo que la literatura comparada aún no logró, acaso por haber descartado en su misma base metodológica (definida en l95l por Marius F. Guyard) los contextos sociales y las situaciones de dominación.

En l96l, George Steiner alertó sobre el acelerado empobrecimiento del lenguaje que se estaba operando, así como sobre la forma en que la cultura de masas iba destruyendo la cultura literaria. A su juicio, la palabra configuraba ya un medio de intercambio tan perverso como el dinero, formando parte del fetichismo de la mercancía. Esto era consecuencia de la publicidad y otras manipulaciones ideológicas. En los 46 años que pasaron desde entonces, en los que conocimos una sorprendente revolución en los medios de difusión, el problema no hizo más que agravarse, hasta el extremo de que la comunicación sólo puede hacerse ya efectiva dentro de un lenguaje disminuido y corrupto.

En esta era de la palabra devaluada, adocenada, domesticada, se torna acuciante recuperar ese valor mágico, numinoso, que aún posee el lenguaje de muchos pueblos de la mal llamada “periferia”, sistemas de pensamiento que guardan claves capaces de salvar al mundo de la desertificación del sentido. Es que una palabra vaciada de sentido no puede tener ya vínculos con la acción, o sólo sirve para poner trabas a todo acto capaz de transformar la realidad, como se ve con harta frecuencia.

Celebrar al lenguaje es hoy celebrar al Homo sapiens, es decir, a ese bípedo insatisfecho que, en su afán de conocer el mundo, inventó millones de palabras para dar cuenta de los más sutiles matices al inteligir la realidad o expresar un sentimiento. El Homo consumens, por el contrario, no experimenta ningún deseo de profundizar, de saber, ni posee sentimientos especiales que expresar y menos aún las palabras para expresarlo. Por el contrario, hizo de su renuncia al lenguaje una llave mágica que le abrirá las puertas de una felicidad tan pobre como ilusoria. Es que la cultura de masas, dice Baudrillard, excluye de plano la cultura y el saber.

CULTURA Y EDUCACIÓN

Se hace cada vez más necesario combatir el divorcio que existe entre cultura y educación, construyendo puentes sobre esta zanja cavada por el positivismo que tanto favoreció a los procesos de colonización. Francisco Miró Quesada señalaba que, tomando en cuenta las mentalidades de nuestros pueblos, debería instrumentarse un sistema educativo no racionalista, que desarrollase la vía simbólica. Ello operaría como antídoto contra esta anomalía de la concepción occidental del mundo, que tanto privilegió el pensamiento analítico sobre el simbólico, que logró atrofiar a este último en la casi totalidad de los sectores ilustrados de la región. Dicho mal se propaga en Nuestra América por medio de la colonización pedagógica, la que, lejos de atenuarse por los vientos libertarios que soplan en el mundo, se acrecienta con el modelo de escuela “moderna” que nos impusieron, alentado por el Banco Mundial. Se ha calificado a este nuevo proceso como “la gestión de la ignorancia”, y también de “pedagogía del vacío”, por tratarse de una pedagogía formal, que soslaya la cuestión de las materias a transmitir y la naturaleza de la mirada para fetichizar el método.

Claro que esta dilución de la base ética abona el terreno al Homo consumens, al que esta pedagogía procura servir a conciencia. Para ser ciudadano, un individuo debe conocer la historia de su pueblo, su patrimonio, sus valores culturales y aspiraciones seculares, algo que se enseña cada vez menos. Señala Jean-François Mattéi en este sentido que la educación actual tiende a encerrar a la escuela en el sujeto y al sujeto en sí mismo, nuevo avatar de la escuela moderna entendida como un repliegue sobre el yo. Un hombre amurallado en sí mismo, sumergido en su pensamiento subjetivo, despreocupado de los asideros de la objetividad y las resonancias del mundo, no puede ser protagonista de ninguna construcción social valiosa. Si socializar es humanizar, la escuela que no socializa deshumaniza, despolitiza, crea monstruos morales, mutantes como los que vemos en todas partes encaramarse al poder para corromper el ethos social. La humanización no puede hacerse desde una razón abstracta, desvinculante, sino desde la propia historia de la sociedad.

La pedagogía de la dominación ha convertido a la enseñanza no en un esfuerzo de pensamiento crítico, sino en un conjunto amorfo de información que el alumno debe recibir, sin tener, para procesarla, más que las tristes categorías que imponen la cultura de masas y ese pensamiento único al que José Saramago ha caracterizado como “pensamiento cero”. Lo que no se ve casi en ninguna parte es pensar la realidad en base a categorías propias, un serio intento por definirlas y sistematizarlas. Esto hace que la gestión política del saber vaya casi siempre contra la identidad profunda de nuestros pueblos. Y lo que atenta contra la identidad de un grupo social, por lo común actúa también contra sus intereses. Por eso los colonizadores se han ocupado siempre de borrar las huellas del pasado, para dejar a la memoria sin respuestas suficientes. La falta de actitudes radicales en este sentido está hablando de una impotencia para llegar al fondo de lo real.

LA EMERGENCIA DE LAS LENGUAS

Se sabe que la lengua es un indicativo sustancial de la identidad, y más aún el habla, porque ésta termina de anclar al individuo en un territorio y una historia. Toda sociedad se funda en un lenguaje, y su derecho a él es inalienable, hasta el punto de que debería figurar entre los primeros derechos humanos. Los inconvenientes que se quieran endilgar al bilingüismo en la práctica social no pueden ser jamás un pretexto para tornarse cómplice de la extinción de una lengua dominada e imponer como única la lengua dominante, tal cual se vino haciendo hasta ahora. Nadie puede arrogarse desde afuera la facultad de decidir, y ni siquiera de cuestionar, algo que compromete tan hondamente el destino de un pueblo. La lengua determina la estructura misma del pensamiento: se piensa porque se habla, y no al revés. Aun más, se piensa conforme se habla. Quien pierde sus propias estructuras de pensamiento y de aprehensión simbólica del mundo ha perdido ya el alma de su cultura, por más que se empeñe en conservar algunas costumbres y asumir la historia de su pueblo.

En el caso de bilingüismo, es forzoso avanzar hacia una complementación no antagónica de los sistemas lingüísticos, como una forma de apuntalar el fortalecimiento y no la extinción de nuestras lenguas. Esto puede ser visto como una utopía, pero se trata de una utopía realizable, como lo pusieron ya de manifiesto varios ejemplos. En México los indígenas han apelado a la informática para resolver una serie de cuestiones prácticas que impiden a sus lenguas convertirse en un vehículo eficaz en el mundo moderno, y no ya tan sólo en el ámbito de lo cotidiano y sentimental. El quechua, el aymara y el guaraní han pasado al cine y la TV, y hay emisoras que transmiten programas en muchas otras lenguas amerindias y criollas.

Sin este salto hacia la vida contemporánea, las lenguas americanas no pueden tener su futuro asegurado. El problema más urgente que se les presenta es su autodeterminación (es decir, desplegarse sobre su propio horizonte), como una forma de salir del largo congelamiento provocado por el proceso aculturativo y devolverles la dinámica que hoy precisan para resolver las complejas situaciones comunicativas que se les plantean. Muchos pueblos del continente vienen desarrollando desde hace años grandes esfuerzos de modernización lingüística, aunque todavía en forma dispersa y sin todo el apoyo oficial que el tema merece por su importancia.

La emergencia de nuestras lenguas no puede darse ya en un marco de monolingüismo, cosa que ningún grupo étnico reclama. Sí, el bilingüismo es necesario, pero éste ha de ser encarado con precauciones, para evitar que se convierta en la primera etapa en la extinción de las lenguas dominadas, como ya en 1954 advertía Rosemblat. Tal bilingüismo no dejará a la deriva a la lengua dominada, sino que la privilegiará en todos los campos, para apuntalar su real emergencia. Es decir, la lengua dominada no debe seguir siendo un mero instrumento de aproximación conceptual, sino materia de estudio y un objeto central del proceso de desarrollo. Sólo por esta vía se podrá llegar a ese bilingüismo perfecto que constituye la solución. Si alguien se expresa mal en la lengua dominante será probablemente discriminado, y si habla mal su propia lengua estará poniendo de manifiesto que la situación colonial permanece, y que tal bilingüismo puede ser tan sólo de transición.

El guaraní goza en el Paraguay de un gran reconocimiento, que alcanza incluso a los más altos niveles de la sociedad. La nueva Constitución lo oficializó, pero no bastó esto para darle una validez institucional ni generalizar su uso en la prensa escrita ni en los medios audiovisuales. Haber sido reconocido hace poco como idioma del MERCOSUR mejora su situación en algunos aspectos oficiales, pero no modifica sustancialmente su situción. Algo similar ha pasado con el quechua y el aymara en Perú y Bolivia, aunque la situación se irá modificando a medida que dichas etnias alcancen una mayor visibilidad política y fortalezcan su presencia cultural en la vida del país. Como señala Esteban E. Mosonyi, resulta prioritario que estas lenguas puedan pronto moverse cómodamente en el ámbito de la programación escolar, de la ciencia y la tecnología elementales, del periodismo básico, de los textos jurídicos más corrientes. Pero hasta el día de hoy, para abordar tales terrenos el hablante de quechua o aymara utiliza un español quechuizado o aymarizado, mientras que el hablante de guaraní apela al yopará, una lengua mezclada.

El desafío es grande, pues el tiempo se acorta y las viejas trabas coloniales impiden a los grupos amerindios producir todas las respuestas necesarias. Esto debe ser asumido como un problema nacional, y brindar un franco apoyo a las etnias en la tarea de descolonizar su idioma, generando a partir de su propio horizonte lingüístico los neologismos que precisa, para no colmarlo de vocablos ajenos que vengan a poner de manifiesto su impotencia expresiva.

La oficialización plantea en lo inmediato el problema de definir una lengua estandarizada, que pueda contar con un diccionario y una gramática unitaria. Cada una de las 37 variantes dialectales que tendría el quechua, por ejemplo, puede mantener vigencia en las escuelas y otros ámbitos públicos de su propio territorio, sin realizar mayores sacrificios en aras de una lengua general, pero el desarrollo literario y científico precisa, sí, de ella, aunque para esto se tenga que recurrir a una convención erudita, como lo fue el latín de iglesia, el árabe clásico, el hebreo rabínico y el chino clásico, entre otros casos que nos presenta la historia, que permitieron sortear una compleja fragmentación lingüística e imprimir a sus culturas básicas una dimensión civilizatoria universal. Podría haber tranquilamente una rica literatura en quechua con suficientes lectores, puesto que son varios millones los hablantes de este idioma, siempre que se alcance una lengua literaria uniformada y se la enseñe en las escuelas de la región.

Esto último sería tarea de las academias de la lengua que algunos pueblos indígenas han creado. O sea, conciliar por un lado los dialectos al menos en el terreno de la escritura, y acuñar por el otro neologismos dentro del propio sistema de la lengua, para nombrar la multitud de elementos nuevos que se designan hasta ahora con palabras tomadas de la lengua dominante. La academia puede legitimarlos como válidos, por más que tales neologismos no se usen todavía en ningún ámbito territorial específico y queden reducidos a la esfera de una convención literaria. En el caso del quechua, existen ya varias academias desplegadas en los distintos países de su área de influencia, las que podrían abordar un trabajo conjunto, bajo la égida de la Academia de la Lengua Quechua del Qosqo. Esto sería parte del autodesarrollo lingüístico de los pueblos, con miras a alcanzar su propia modernidad y evitar el naufragio de la lengua por la incorporación excesiva de vocablos tomados del idioma dominante. En todo esto resulta de fundamental importancia una clara voluntad política, tanto de la sociedad nacional como de los mismos grupos étnicos, los que a menudo, movidos por la desesperanza, se dejan despojar pasivamente de su lengua y hasta se fugan de su propia identidad.

Por lo pronto, y en apoyo a la emergencia de las lenguas, es preciso encarar de inmediato la tan escamoteada cuestión de su reconocimiento legal a nivel nacional o regional, e incluso también local, pues las lenguas muy minoritarias (las pertenecientes a las microetnias) tienen asimismo derecho a ser admitidas en la estructura jurídico-institucional del Estado, de igual modo que el más miserable de los ciudadanos posee el derecho a un documento de identidad que acredite su condición de tal.

Dicho reconocimiento no debe quedarse en lo meramente declarativo, sino implicar un deber del Estado de instrumentar la educación indígena y de otras minorías lingüísticas en los territorios que se especifiquen como ámbitos de aplicación de la ley, lo que hasta ahora suele ser optativo. En las regiones declaradas interétnicas, la educación debe ser intercultural también para los miembros de la sociedad nacional o dominante. Enseñar a éstos los fundamentos de la otra cultura, sus valores y relatos, es educarlos para el diálogo interétnico y la no discriminación. El reconocimiento legal de las lenguas contemplará también la validez del uso de ella en los ámbitos administrativo y judicial, así como el apoyo con recursos genuinos al desarrollo cultural de dichos pueblos, porque no puede existir un verdadero desarrollo lingüístico, un proceso de descolonización de las lenguas, sin un concomitante proceso de desarrollo cultural, que permita a los grupos producir su propia modernidad, como alternativa válida, oponible a la de la sociedad dominante.

El concepto de "lenguas en extinción" debe ser abolido, pues tal muerte no ocurrirá si nos proponemos impedirlo, utilizando todos los recursos a nuestro alcance, y sobre todo los resortes educativos. Un plan coherente de salvamento las convertirá en poco tiempo en lenguas en emergencia. Los que hablan categóricamente de "lenguas en extinción" suelen ser los que no sólo no hacen nada para impedirlo, sino también los que incluso apuran su muerte, recortando los espacios sociales en los que esas lenguas son empleadas, como las escuelas que prohíben a los indígenas expresarse en ellas incluso fuera del aula. A menudo, tal actitud proviene del cientificismo extremo, que sólo asume el compromiso de estudiar esas lenguas antes de que se extingan, sin plantearse siquiera la posibilidad de ayudarlas a sobrevivir.

A nivel nacional, los países americanos deben realizar una seria planificación lingüística, y no dejar a sus lenguas libradas a su propia dinámica, que es una dinámica, todavía, propia de una situación colonial. Se sabe que la lengua es un indicativo sustancial de la identidad, y más aún el habla, porque ésta termina de anclar al individuo en un territorio y una historia. Toda sociedad se funda en un lenguaje, y su derecho a él es inalienable, hasta el punto de que debería figurar entre los primeros derechos humanos. Los inconvenientes que se quieran endilgar al bilingüismo en la práctica social no pueden ser jamás un pretexto para tornarse cómplice de la extinción de una lengua dominada e imponer como única la lengua dominante, tal cual se vino haciendo hasta ahora. Nadie puede arrogarse desde afuera la facultad de decidir, y ni siquiera de cuestionar, algo que compromete tan hondamente el destino de un pueblo. La lengua determina la estructura misma del pensamiento: se piensa porque se habla, y no al revés. Aun más, se piensa conforme se habla. Quien pierde sus propias estructuras de pensamiento y de aprehensión simbólica del mundo ha perdido ya el alma de su cultura, por más que se empeñe en conservar algunas costumbres y asumir la historia de su pueblo.

LITERATURA ORAL Y POPULAR. JORNADA DE QUITO

Trabajando con un sentido antológico, en el año 2004 el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires y la Editorial Catálogos publicaron la obra Literatura Popular Bonaerense, que consta de cinco volúmenes, los que suman unas 1.800 páginas en total. Dicha obra incluye en su primer volumen coplas, proverbios, adivinanzas y otras formas de literatura epigramática; en el segundo, cuentos, leyendas y literatura mapuche; el tercero está dedicado al canto payadoresco; el cuarto volumen está consagrado al cancionero tradicional; y el quinto, al cancionero autoral. Los dos primeros estuvieron a mi cargo, como director general de la obra. El tercero, de Ángel Hechenleitner; y los dos últimos, a cargo de Rubén Pérez Bugallo.
Cumplido este primer paso -que puso la literatura popular de la provincia en manos del sector ilustrado de todo el país (pues fue comprado por la CONABIP y enviado a la red de bibliotecas populares) y también de muchos maestros que empezaron a utilizarlo de un modo espontáneo en sus clases-, vimos la fundamental importancia de llevar estos materiales, o una selección apropiada de ellos, a la educación formal de la provincia, para lo cual se armaron siete libros de carácter didáctico y menor extensión, que están ya listos para entrar en el proceso editorial. Para los más pequeños están el “Cancionero Infantil” y las “Adivinanzas”, así como los “Cuentos y Leyendas”. Para el final de la educación básica se destinan, además de “Cuentos y leyendas”, el “Refranero”. Este último será usado asimismo en la educación media, para la que se destinan tres libros específicos: “Cancionero tradicional”, “Los Payadores” y “Literatura Testimonial”.

En julio de 2005 me tocó asistir como consultor internacional a la Jornada de Quito, convocada por el Proyecto “Cartografía de la Memoria” del IADAP en el marco del Convenio Andrés Bello de la Comunidad Andina de Naciones, al que sumaron otros países de América. En dicha Jornada, consagrada a la recolección y tratamiento de las literaturas orales y populares de la región, vimos la importancia fundamental del sistema de la oralidad en la construcción de la identidad de los pueblos, pues además de la literatura oral, que oficiaba de punta de diamante, había en esa densa corriente una multitud de saberes tradicionales que están en peligro de perderse, y que también debíamos hacernos cargo de ellos.

En dicha Jornada hubo pleno acuerdo en que el grafocentrismo de la civilización occidental contribuyó en Nuestra América a desvalorizar la palabra viva, la que no sólo arrastra poesía y relatos de valor literario, sino también un gran caudal de saberes prácticos de los que depende el bienestar material y espiritual de la población. Su pérdida, como secuela de una modernización que asume por momentos rasgos demenciales, no sólo degradó el medio ambiente sino también la calidad de vida de los campesinos, quienes se vieron en buena medida expulsados de su hábitat y obligados a migrar a las ciudades, donde la gran exclusión producida por las políticas neoliberales los empujó, desde una pobreza digna contenida por las redes solidarias y la cultura de su comunidad, hacia un estado de indigencia y deshumanización. Se destacó así que quienes se mantienen en el marco de una cultura tradicional, alimentados por las redes simbólicas que teje la palabra viva, gozan de una dignidad y una protección que suelen perder quienes, atraídos por la sociedad de consumo, terminan siendo consumidos por ella y arrojados a los bajos fondos de la miseria. Desde ya, quien posee un sentido comunitario de la vida difícilmente adoptará las pautas de la sociedad de consumo como leyes supremas, a las que todo debe subordinarse. De ahí que el capitalismo tardío se valga de los medios de comunicación para ir destruyendo los valores culturales comunitarios que se le oponen, sin pensar que de este modo, más que ganar nuevos adeptos, acrecienta los índices de la miseria a la que dice querer erradicar. Todas esas pautas que rigen el comportamiento comunitario dependen del sistema de la oralidad, el que proporciona además las bases sociales de la mentalidad y la sensibilidad, o sea, el modo de percibir y construir la realidad y sentir el mundo.

Un aspecto de gran importancia del sistema de la oralidad es su carácter de fuente histórica. O sea, la memoria de la comunidad, con sus victorias y derrotas, junto al aprendizaje que esta experiencia apareja, se diluye al ser cancelada dicha vía. Como no puede haber identidad sin memoria, el empobrecimiento progresivo de aquélla produce el debilitamiento o pérdida de la identidad. O sea, sin la palabra viva no puede haber identidad. Y sin identidad, sin una matriz simbólica fuerte capaz de procesar la apropiación cultural, los pueblos pierden toda posibilidad de construir su propia modernidad, por lo que terminan sumándose de un modo caótico a la modernidad dominante, destruyendo su ambiente natural, su estética tradicional y su calidad de vida, porque dejan de vivir en un mundo teñido por lo sagrado y la ética comunitaria.

Se acordó también que la oralidad literaria, tenga o no conciencia de sus valores estéticos, porta una carga mayor de sentido que el lenguaje referencial en el cual se transmiten los demás saberes. La literatura oral presenta también una mayor densidad de sentido, por lo que le cuesta poco convertirse en un discurso sagrado, como en los casos del mito y los himnos religiosos. Y lo sagrado, como lo destaca Mircea Eliade desde una perspectiva antropológica, es una zona saturada de ser, la mayor concentración de sentido alcanzada por una cultura

Además de los medios de comunicación, se señalaron como culpables de este proceso de destrucción del patrimonio cultural intangible la represión de los valores tradicionales que realizan las distintas iglesias y sectas cristianas, cuyo miedo a la diferencia las lleva a estigmatizarla con la marca del pecado. Por cierto, contribuye a ello la inacción del Estado, que poco y nada hace por combatir estas formas de etnocidio, y organiza toda la educación alrededor de los saberes librescos, sin abrir ventanas a los de la oralidad, que aparejan un modo diferente de pensar y sentir el mundo. Por la humanidad que los caracteriza, los valores de la palabra viva suelen entrar en colisión con los excesos del racionalismo, siempre presto a llamar superstición a lo que escapa a sus pobres esquemas de interpretación del mundo.

En la literatura oral hay intérpretes y no autores. El autor es la comunidad, y el destinatario la misma comunidad, o un sector de ella (el auditorio). No alimenta este sistema el culto al creador, sino a la interpretación capaz de conmover. Aunque esto último no se logra sin el despliegue de técnicas a menudo muy sutiles, los narradores no se proponen la perfección como meta. La estética de la oralidad es la estética del paradigma con valor general, no la que describe un caso particular, aislado. Además, aun cuando incorpore la escritura, esta estética apuesta por completo a la palabra viva. Un guaraní de Misiones decía que la escritura es el cadáver de la palabra, porque nunca un relato está cerrado, concluido definitivamente, sino que siempre se va renovando, enriqueciendo. De ahí que resulte absurdo interpretar a la oralidad como una carencia de escritura.

Se subrayó en dicha Jornada que el asedio de una modernización más impuesta que asumida a conciencia cortó el diálogo generacional, y con ello se torna irreversible la pérdida de valores culturales, los que sólo podrán ser recuperados con una profunda toma de conciencia de los pueblos, seguido de un fuerte movimiento de recuperación cultural. Esta pérdida afecta asimismo a las lenguas indígenas, pues la degradación del ambiente natural y simbólico, tanto a nivel rural como urbano, torna inútiles una multitud de vocablos, y otros son reemplazados por la lengua dominante, fenómeno similar, aunque de mayor gravedad, al de la pérdida del vocabulario español ante el avance del inglés. Entre los vocablos que se pierden están las antiguas toponimias, que dan cuenta del modo en que los antepasados simbolizaron el espacio, adjudicando sentidos a los distintos elementos del paisaje. Tras un detenido estudio, se acordó que el 90% de los elementos que forman la identidad y memoria de nuestros pueblos no están aún registrados y en buena medida se van perdiendo, lo que exige al Estado una intervención enérgica para preservar esos valores, pero no tanto mediante archivos y museos, sino defendiendo su funcionalidad en la vida cotidiana, mediante procesos educativos y mediáticos que reelaboren el imaginario popular a nivel local, regional y nacional.

Se considera asimismo un gran empobrecimiento la pérdida de los mitos, por su valor insustituible como símbolos de identidad étnica, regional y nacional. Por otra parte, los mitos son un venero importante para la reconstrucción conjetural de la historia, que da cuenta de las aspiraciones más secretas de los pueblos y las claves para entender su realidad, como hace mucho lo viene ya reconociendo la antropología.

Se señaló también la gran importancia que tuvo la literatura oral para los cronistas, en su tarea de reconstruir la historia prehispánica. En relación a la civilización andina, se citó como ejemplos los Comentarios Reales de los Incas, de Garcilazo de la Vega, la Nueva Coronica y buen gobierno, de Felipe Guaman Poma de Ayala, las Fábulas y mitos de los Incas, de Cristóbal de Molina, la obra de Pedro Cieza de León, de Pedro José de Arriaga y otros, para llegar incluso al siglo XX con José María Arguedas, en su Dioses y hombres de Huarochiri, y otros investigadores. La memoria colectiva reposa principalmente en la palabra viva, pues la que se encuentra sólo en los libros es más una fuente bibliográfica en manos de especialistas que una real memoria de los pueblos, capaz de actuar en su imaginario con un sentido potente y proyectivo. Es la memoria el mejor templo de los recuerdos de los héroes de un pueblo y de sus gestas, de esa épica que se traduce siempre en un ethos, o una ética comunitaria.

Entendiendo que la literatura oral y popular conforma una parte sustancial del patrimonio cultural intangible, se recordó que la palabra “patrimonio” designa la herencia que se recibe de los padres, es decir, de los ancestros, y que así como hay un patrimonio familiar hay un patrimonio social. Esta herencia recibida es una propiedad que no sólo se debe preservar, sino también enriquecer, por ser un factor imprescindible del progreso material y moral de un pueblo. Los elementos que lo componen son valores, y más en concreto, rasgos. Dichos rasgos culturales no se disponen todos en un mismo plano, sino en un orden jerárquico. Cada rasgo tiene así asignado un rango en las valoraciones de la cultura, y este sistema jerarquizado de valores es lo que determina la racionalidad propia de un pueblo (no hay nada racional o irracional de por sí, al margen de una jerarquía de valores) y aporta los factores de identidad en los procesos de identificación.

Se aceptó mi propuesta de centrar la idea de literatura en el arte de la palabra en sí, a partir de lo cual el tronco del árbol de la palabra se abre en dos grandes ramas, el sistema de la oralidad y el de la escritura. Sistemas que deben dialogar en el mismo plano, rompiendo con esa vieja subordinación de la oralidad a la escritura, como si aquélla se definiera por su analfabetismo, por una carencia de escritura y no por su opción de cultivar y escenificar la palabra viva.

Acaso la decisión más trascendental en el aspecto teórico, por no haber sido hasta ahora ni siquiera planteada en los círculos científicos, es la de separar el registro literario de la oralidad del registro etnográfico y folklórico. Estos últimos privilegian la información contenida en el discurso y se apoyan en informantes, mientras que la literatura oral apela a narradores y poetas populares, a los que no menoscaba su papel de dueños de la palabra, o sea, de especialistas en el arte de la palabra viva. La literatura oral, por otra parte, no privilegia la información, sino la expresión, lo que la obliga a cuidar la forma, o sea, los recursos de los que se vale el narrador o poeta para conseguir un efecto sobre el auditorio, y sobre todo en su modo de construir los “textos” (en sus origen, el texto se refería a lo oral, por considerárselo un tejido de palabras). O sea, esto quita todo valor como expresión literaria de un pueblo tanto a las adaptaciones libres de los textos, que le imponen otra estética (por lo general la occidental), como a las transcripciones realizadas a la ligera por los etnógrafos, que son a menudo malos resúmenes de largos relatos, o, en el caso de las lenguas indígenas, cuentos contados en segunda lengua por los miembros de dichos grupos, cuando bien se sabe que, salvo raras excepciones, ella no conforma una lengua literaria ni puede ser convalidada como tal. Esto explica la pobreza de vocabulario y sintaxis de relatos contados en segunda lengua, ante el escaso o nulo conocimiento que tiene el etnógrafo de la lengua materna del indígena. Dichos textos pueden servir apenas como elemento de información (aunque a menudo dicen una cosa por otra, por no dominar la segunda lengua), pero nunca como expresión de valor artístico. No obstante, se tiende a sacralizar, proponiéndolas como intocables, estas pésimas versiones de los mitos.

Se convino asimismo que una verdadera ciencia de la literatura debe encararse como un serio intento de ahondar sin mistificaciones en la alteridad, lo que lleva a explorar los ríos de la palabra de las distintas matrices simbólicas, pues sólo indagando la particularidad de cada una de ellas se podrá dar cuenta de la diferencia y contrarrestar el proceso globalizador, que todo lo homologa con ligereza, lo simplifica y neutraliza a fin de probar la validez de su torpe rasero.

Por último, se trató el tema de la cultura de masas, señalada como la enemiga principal de la literatura oral y de la cultura popular. Se puntualizó que no debe confundirse cultura de masas con cultura de los medios, pues éstos no son de por sí una cultura, sino meros canales de transmisión que pueden servir a distintas formas de cultura. Que se encuentren dominados por la cultura de masas no los estigmatiza para siempre, pues abundan en la región experiencias que los ponen al servicio de la liberación. Además, también encuentran expresión en ellos la cultura ilustrada y la cultura popular, aunque casi siempre administrados o enmarcados por la cultura de masas y la publicidad. Hecha esta salvedad, cabe pensar en la mediatización de la oralidad, como una manera de reforzarla en lo que se dio en llamar “nueva oralidad” .

Luego de recorrer el largo espectro de los contenidos de la oralidad en Nuestra América, comprobando, como se dijo, que alrededor del 90% de los factores que definen la identidad de las personas y los pueblos se transmiten por esta vía, se criticó su clausura mediante la deliberada exclusión que realizó de ella la educación formal. También por la sostenida penetración de los medios, que muy poco lugar le hacen en su empeño de imponer costumbres ajenas y mercancías, lo que está propiciando en el mundo entero un proceso de deculturación sin precedentes. Éste, como se ha visto, acentúa la dominación simbólica y la destrucción de todo espíritu comunitario, lo que empuja a los pobres hacia el círculo ominoso del desamparo y la miseria. Claro que se han realizado algunas acciones a nivel estatal para contrarrestar dicho proceso, pero son a todas luces insuficientes. Los profesores siguen siendo todos de formación académica, y por lo tantos ajenos y cerrados al sistema de la oralidad. La falta de convocatoria a quienes son portadores de todos los valores y conocimientos de este último sigue dejándolo fuera del ámbito educativo, salvo excepciones que dependen más de la iniciativa individual que de políticas públicas. Como consecuencia de ello, se observa una gran escasez de materiales didácticos apropiados a los fines que supuestamente persigue la Reforma Educativa, pues la memoria verdadera de la comunidad no está por lo común escrita, o fue escrita desde otro lado, con otra mirada.

En base a estas consideraciones, los delegados presentes se pronunciaron en forma unánime por la institucionalización del sistema de la oralidad en la educación formal. A estos fines, la literatura oral debe actuar como una punta de diamante para abrir un espacio destinado a fortalecer el proceso de endoculturación, de modo que aquellas personas consideradas patrimonio humano viviente puedan transmitir sus saberes y experiencias en las escuelas y colegios. Se estima que se deben dedicar al menos dos horas semanales para que un profesor con conocimientos de la cultura popular y las tradiciones locales y regionales convoque a toda persona que pueda contar a los alumnos su experiencia de vida en determinados campos de la cultura y la sociedad y transmitir sus saberes. Por esta vía entrarían a la educación formal los vocabularios y formas gramaticales de la región, la historia como vivencia, testimonios sobre los distintos oficios tradicionales, la música y la danza, todos los géneros de la literatura oral, la cocina regional, las tradiciones agrícolas y ganaderas, la tecnología apropiada, los modos tradicionales de uso del suelo, el conocimiento sobre plantas y animales silvestres, etc.

En forma unánime, se recomienda a los países del Convenio Andrés Bello instituir a nivel nacional, regional y local programas radiales e incluso televisivos especialmente orientados a difundir estos conocimientos, a fines de fortalecer la identidad de la población y contrarrestar así el proceso de globalización neoliberal, que más que hacia el consumo arrastra a los pueblos hacia la miseria y la exclusión, por la dilución de los lazos de solidaridad que sólo una verdadera cultura puede establecer y sustentar. Correlativo a esto, y a fines de tornarlo posible, se hace preciso dictar cursos breves que formen a los operadores mediáticos en los distintos aspectos de la cultura popular y en teoría de la cultura, así como en las cuestiones técnicas. Dichos programas deberían ser financiados por el Estado como parte de una educación complementaria a distancia, sin más publicidad que la institucional, para evitar intromisiones de la cultura de masas. Como medida adicional, se recomienda a los gobiernos de la región becar al menos un alumno por grupo indígena del país para que estudie cine y video, con miras a realizar luego registros mediáticos de la literatura oral y filmes de ficción inspiradas en ella, tal como ocurre en África y Asia. Todos los materiales que produzcan estos programas serán destinados luego, con las correspondientes adaptaciones, a la educación formal, para paliar la mencionada carencia de material didáctico local y regional.

MAESTROS DE CULTURA ORAL

El programa de la UNESCO “Tesoros Humanos Vivos”, que está por ser ya implementado en mínima escala en los países andinos y otros sitios del mundo, nos dio la idea de elaborar un programa más ambicioso, que además de reconocer a los maestros en cultura oral los insertara en el sistema educativo formal, para contrarrestar así el proceso de globalización y fortalecer los resortes de la identidad. Para empezar, eliminamos la palabra “Tesoro”, por ser a nuestro juicio (y al de muchos teóricos) exagerada como forma de llamar a los sabios de las culturas indígenas y populares, por más que muchas veces se conviertan en verdaderas bibliotecas caminantes y merezcan ese caracterización superlativa. Proponemos el nombre más sencillo de “Maestro”, ya que su función sería enseñar en escuelas primarias y colegios de educación media, donde ellos se distinguirían, por estar sometidos a otro régimen, de los maestros con formación académica, quienes a menudo se oponen a que estos “maestros” vayan a las aulas a enseñar lo que saben, por no estar institucionalizado dicho mecanismo. El nombre completo sería “Maestros de Cultura Oral” o “Maestros de Cultura de Transmisión Oral”.

Dichos maestros no serían auxiliares del proceso educativo libresco, sino más bien protagonistas principales de otro canal abierto en la educación formal, destinado a complementar al otro. Pero no tendrían una clase a su cargo, sino que serían convocados por un maestro graduado, quien dictaría esta materia tras asistir a un curso intensivo de capacitación para apuntalar los conceptos básicos y definir con precisión el marco teórico y operativo. La idea sería que tanto en la educación primaria o básica como en la media se dictaran dos horas semanales, tal como se propuso en Quito. En una de ellas, el maestro de grado desarrollaría el tema de un modo básico, introductorio, y en la otra se invitaría a uno de estos Maestros de Cultura Oral a exponer ante los alumnos, convirtiéndose entonces el maestro graduado casi en un oyente, para dejar al otro expandirse en sus temas sin mayores cortes ni condicionamientos.

Este programa se instituiría en forma experimental en algunas regiones de las provincias que acepten la invitación del Ministerio de Educación de la Nación a sumarse a él. Quedaría a cargo de las provincias determinar qué zonas y cuántos de estos maestros incorporaría en una primera fase.

Los Maestros de Cultura Oral deberán tener una edad mínima de 45 años y contar con un gran prestigio en una región por sus conocimientos en un aspecto específico de las culturas tradicionales o en varios de ellos. Deberá ser postulado por organismos e instituciones de la cultura y la educación de la región en que viven, sin descartar los apoyos a su candidatura provenientes del ámbito provincial en general y del nacional. Los pedidos deberán ser fundados en documentación fehaciente, que muestre los antecedentes del candidato. Pero no bastarán los apoyos a nivel provincial y nacional si en la región en que viven y actúan no gozaran de prestigio y aceptación más o menos generalizada. Las postulaciones serán evaluadas por una comisión integrada por un representante del Ministerio de Educación de la Nación, otro del Ministerio de Educación de la Provincia involucrada, un tercero del área provincial de cultura y un cuarto que represente a los sectores indígenas y populares. Se podrá dar intervención, ad honorem, a una o dos instituciones prestigiosas de la provincia de carácter privado, como un modo de contrarrestar los favoritismos políticos.

No podrán ser Maestros de Cultura Oral quienes tuvieran una formación académica o más estudios que el secundario completo, pues en ese caso su formación estará más ligada a la conceptualidad de la escritura y los paradigmas dominantes que a los de la palabra viva de las culturas subalternas.

Las áreas del saber que cubrirían estos maestros son:

Culturas indígenas: en este caso deberán pertenecer a la etnia en cuestión y

hablar su lengua, si no se hubiera perdido.

Literatura Oral: Se abordarán todos los géneros, desde el proverbio y la

adivinanza hasta los distintos cancioneros, pasando por los cuentos,

mitos y leyendas de la región y el canto de improvisación (payada).

Música y Danza Tradicionales: Se enseñarán las características de los diversos

Instrumentos y la música se toca con ellos, así como las técnicas de fabricación y

sus vínculos con los contextos rituales y simbólicos, así como las coreografías y

el significado de las distintas danzas de la región, tanto vigentes como perdidas.

Medio Ambiente: Enseñará los usos tradicionales del suelo del ecosistema,

incentivará al rescate y conservación de cultivos, la producción de semillas en

trance de desaparición, las formas tradicionales de la ganadería, la cultura del

caballo, la lucha contra la contaminación y el uso racional y sostenido del medio.

También todo lo que tenga que ver con los sentidos creados por la cultura regional

en relación a las diferentes especies de plantas y animales silvestres.

Artesanías: Será el rubro para incorporar a los grandes artesanos de la región a la

educación formal. Se empezará con las artesanías más tradicionales de la región y

que sigan teniendo una importancia económica. Los rubros serían:

Textiles

Platería y otros metales

Cestería

Tallas y artesanías en madera

Talabartería y soguería

Cocina regional, sin olvidar los postres y bebidas, así como los usos y

costumbres de la mesa.

Cerámica y alfarería

Artesanías en piedras

Otras

El Maestro de Cultura Oral tendrá que cumplir una carga horaria mínima en la distintas escuelas y colegios de la región a los que sea convocado, que puede ser de unas diez horas semanales, ajustadas a una programación previa. Deberá dictar asimismo un taller gratuito en la región para transmitir sus conocimientos a quienes habrán de continuarlos. Este taller será de tres clases semanales de 90 minutos cada una. Podrá asimismo dictar otros talleres pagados en otras localidades de la región, pero no se computarán como servicio. Tanto las escuelas y colegios que lo convoquen tendrán que pagar, por medio de sus cooperadoras, sus gastos de traslado si no fueran las clases en la misma localidad, pero no honorarios. Los gastos de traslado que demandara el taller gratuito estarán a cargo del Programa, a menos que los asuma una institución que se ofrezca como sede del taller.

Al cumplir 65 años, y hasta los 75, la carga horaria en la educación básica y media podrá, a pedido del maestro, bajar a cinco horas semanales, y el taller gratuito de tres clases semanales a dos. A partir de los 75 años, el maestro seguirá perteneciendo al sistema educativo, pero no tendrá obligaciones. En la medida en que su salud se lo permita y él quiera, podrá dictar talleres gratuitos o pagados por los alumnos y asistir a las escuelas y colegios que lo convoquen.

El sueldo de estos maestros será semejante al de los maestros graduados, sueldo que a partir de los 75 años funcionará como pensión, salvo en los casos en que tuviera una jubilación mayor que el sueldo que venga recibiendo, en los que el pago quedará interrumpido y se destinará el cargo a otro maestro. Pero aun en estos casos, mantendrá el título de “maestro”, como alguien que se debe a la comunidad y transmite sus saberes en la medida de sus fuerzas.

La UNESCO considera este tipo de programas como de especial importancia estratégica en el campo de las políticas culturales para el desarrollo, y al referirnos in extenso a las recomendaciones de la Jornada de Quito se vio la función fundamental que cumplen los saberes orales en la construcción de la identidad cultural. En consecuencia, sin abrirles una brecha para que ingresen en la educación formal no habrá forma de contrarrestar con un mínimo de eficacia el proceso de globalización, el que a través de los medios de comunicación masiva alimenta la cultura de masas, el culto al consumo y con ello el vaciamiento cultural.

Cabe señalar que al dejar librado a sus propias fuerzas el baluarte identitario de la oralidad, el Estado se hace cómplice de la destrucción de las culturas tradicionales y abona así el camino de la dependencia. Para situarse en su propia historia, toda nación, región o localidad debe hacer pie en su propia cultura.

El proyecto que aquí se propone tiene la virtud de democratizar, generalizándolo, el programa de la UNESCO de los Tesoros Humanos Vivos, así como el de insertar a éste en el sistema educativo formal, con la misión estratégica de contrarrestar el proceso de globalización, que es una nueva colonización simbólica realizada no, como antes, con una cultura prestigiosa pero ajena, sino con un pensamiento y sentimiento únicos y los desechos de una “cultura” cuya única finalidad es vender, dominar y acumular capital para imponer luego con mayor fuerza sus alienantes y degradantes modelos.

La Ley Educativa de Argentina señala que la educación debe construir y consolidar la identidad nacional, y ello no será posible si se sigue excluyendo de las aulas al sistema de la oralidad, con todos sus contenido y formas de comunicación y transmisión. Tampoco será posible sin ello cumplir con el precepto legal de valorar el pluralismo, la diferencia y la diversidad cultural, y menos aún garantizar al ciudadano el derecho a ser reconocido y respetado en su lengua y su cultura.

ADOLFO COLOMBRES

Buenos Aires, julio de 2007