viernes, 14 de septiembre de 2007

Ponencias 2007

Memoria y Pueblos Originarios

Historiador Gonzalo Abella

I Parte

Los pueblos originarios del territorio que hoy llamamos América Latina y Caribe sufrieron durante los últimos 514 años tres oleadas sucesivas de políticas exterminadoras.

La primera fue la Invasión de los imperios Europeos desde 1492. No fue el primer contacto intercontinental de culturas, ni fue descubrimiento alguno. Fue una invasión brutal. Tampoco fue una imposición de la "cultura europea" sobre la "cultura americana". Las culturas europeas habían sido reprimidas con anterioridad por los mismos apetitos que arrasaron después con nuestros pueblos originarios. El saqueo de Palestina en el marco de las Cruzadas, la expulsión de judíos y árabes de España, la hoguera contra librepensadores y "brujas", la represión igualmente brutal de estados protestantes contra sus disidentes; todo esto había pasado ya antes de 1492. Las culturas nunca hacen la guerra: sólo saben hacer el amor entre ellas. Los imperios son los que imponen las guerras y los saqueos. Los pueblos nunca quieren la guerra, la guerra a veces viene a buscarlos y a veces los pueblos no tuvieron más opción que acepar el desafío.

La segunda oleada genocida la implementaron los estados recién nacidos en el siglo XIX. El general Roca en la Argentina y Fructuoso Rivera en el mal nacido estado oriental, son sólo ejemplos de una política terrorista de Estado que se extendió desde México a la Patagonia.

La tercera oleada exterminadora, con la complicidad de los gobiernos de "nuestros" estados territoriales, la llevan a cabo las trasnacionales con sus monocultivos, sus patentes, su minería salvaje, su dislocación en nuestro suelo de sus industrias contaminantes, su saqueo de recursos hídricos y en general con el saqueo de todos nuestros recursos no renovables.

El impacto de la primera y segunda ola genocida fue desigual a lo largo y ancho del amplio territorio continental e insular.

En la selva, en el pantano, en el riguroso extremo Sur continental y en la montaña los pueblos originarios se hicieron invencibles por siglos. Los imperios ibéricos apenas controlaban las rutas, los puertos, las minas, las plantaciones con esclavos y las ciudades amuralladas.

En cambio los llanos (incluyendo sabanas, chaco, pradera oriental-entrerriana, pampa húmeda) y los territorios insulares eran más vulnerables a la práctica represiva de los ejércitos coloniales. Por eso prácticamente no quedaron aldeas de los pueblos originarios en estos territorios. Esto no significa que allí no haya quedado la memoria colectiva y la sabiduría ancestral. Quedó porque, en primer lugar, los pueblos no desaparecieron: se adaptaron aumentando un nomadismo defensivo, mimetizándose entre grupos de pescadores artesanales, recolectores de hierbas medicinales, parteras y sanadores tradicionales, "mensuales" y "gauchos". En segundo lugar, adaptando pautas culturales externas, como por ejemplo el caballo europeo, el cuero de vaca para múltiples usos productivos, artesanías y trueque con mercaderes europeos. En tercer lugar las pautas culturales de los pueblos de pradera sobrevivieron por la transferencia solidaria a los prófugos (especialmente familias afro) y a los inmigrantes humildes que se radicaron en zonas rurales.

El actual territorio de la República Oriental del Uruguay corresponde totalmente al ecosistema de praderas predominantes con serranías bajas y con pastizales que terminan en dunas costeras oceánicas; este ecosistema en lo fundamental se comparte con la otra margen del Uruguay, o sea, la provincia argentina de Entre Ríos.

En el Uruguay las últimas comunidades charrúas fueron disueltas en la segunda mitad del siglo XIX.

Recuperar esta memoria nos obligó a trabajar con gente del campo, generalmente muy anciana, que aún tenía ascendencia cultural charrúa por línea paterna y materna, y trabajar después con un sector mucho más amplio de población rural que recordaba (y en algunos casos mantenía) las prácticas culturales, las prácticas productivas, las visiones y los valores de un abuelo o una abuela charrúa.

Desarollamos una metodología de trabajo basada en un profundo respeto a los códigos, los ritmos y los rituales de la comunicación, publicando solamente lo que se nos autorizaba.

Al mismo tiempo nos vinculamos con los grupos de charrúas y descendientes que se reorganizaban en ambas márgenes del Río Uruguay, desde La Paz (occidente entrerriano) y Villaguay (centro entrerriano) hasta Tacuarembó, Colonia y Montevideo.

Fue muy importante para nosotros trabajar con las investigaciones de Ibarra Grasso, formidable pensador y lingüista argentino.

También fue importante comprobar que la matriz cultural de la macroetnia charrúa (que incluye guenoas, minuanes, bohanes, charrúas) aparece yuxtapuesta a otras culturas originarias (por ejemplo: chanás y yaros) y debajo de capas culturales superpuestas y no menos valiosas de corrientes migratorias tape-misioneras guaraníticas y paraderos de esclavos prófugos.

Una de las variables más importantes de nuestra investigación fue el mapeo de mitos y leyendas en suelo oriental-entrerriano y el mapeo superpuesto de corrientes migratorias y "bolsones" de personas y familias que se autodefinen como charrúas o descendientes. Efectivamente las leyendas sobrenaturales (aún con los mismos personajes míticos como protagonistas) cambian según haya más o menos presencia étnica de pueblos originarios, afroamericanos o inmigrantes en un mismo universo "gaucho" multicultural.

Por fragmentos recuperamos leyendas charrúas. Cada retazo de estas leyendas era una pieza de un rompecabezas mágico que se rearmaba muchas veces volviendo al primer memorioso con las piezas nuevas que nos entregaba el segundo o el tercer entrevistado.

El proceso sigue. Pero también las zonas de pradera y llano aportarán lo suyo a este proceso de reconstrucción multicultural de nuestra América, que camina hacia su liberación de las trasnacionales o a su colapso definitivo.

II Parte

La metodología de investigación sobre la huella charrúa en la cultura popular oriental y entrerriana planteaba una serie de dificultades específicas.

La primera dificultad partía de la ausencia de aldeas y de la pérdida de la lengua. Como ya dije, las oleadas genocidas sucesivas de estos 514 años fueron más eficientes en la llanuras americanas que en la montaña o la selva. Queda aún mucha gente que se autodefine como charrúa, pero sólo la que siguió viviendo en el campo ganadero (o siguió visitando a sus padres allí) recuerda fielmente algunas de las tradiciones de sus ancestros.

La segunda dificultad partía de las falsificaciones de una Historia Oficial que buscó disminuir la gravitación de la raíz charrúa en nuestra cultura popular y devaluar los valores y conocimientos de esta cultura. El Estado Oriental necesitaba hacerlo porque el genocidio contra los charrúas fue encabezado desde 1831 por el primer presidente del Estado Oriental, Fructuoso Rivera. Por eso, para justificarlo, se llegó a afirmar que los charrúas eran brutales, que eran muy pocos, que ni siquiera eran originarios de suelo oriental (en todo caso solamente entrerrianos), que los grupos étnicos que hablaban su lengua en nuestro suelo (guenoas, bohanes, minuanos) no eran parte de la macroetnia charrúa. Recientemente se llegó a afirmar que nuestra cuota de sangre indígena (ahora innegable) era exclusivamente guaraní, y que Rivera procedió en su campaña de 1831 para proteger a los "laboriosos" guaraníes agricultores de los "bárbaros" charrúas nómades, cuando en realidad procedió para proteger al latifundio contra los reclamos de todas las culturas excluidas. Quien tenga dudas de la fraternidad entre guaraníes, guaraníes cristianos y charrúas (fraternidad apenas interrumpida circunstancialmente por intrigas imperiales) es porque no estudió a fondo la historia, porque desconoce, por ejemplo, la gesta de Andrés Guaçurarí.

La tercera dificultad se debe a que el nombre guaraní que lleva nuestro Río Uruguay y nuestra denominación oficial como país, se complementa con una toponimia guaraní predominante. En realidad el guaraní (ava ñe'e) era la lengua de intercambio de una vasta región sudamericana y en muchos casos lengua litúrgica común; la cosmovisión guaraní, difundida en sus peregrinaciones rituales de búsqueda de la "Tierra sin Mal" incidió en la cosmovisión de los pueblos de la pradera entrerriana-oriental. La relación de los pueblos de pradera con los padres franciscanos se hizo habitualmente en guaraní. Como los guaraníes (que llegaron a nuestro suelo gaucho para quedarse después de la expulsión de los jesuitas) eran predominantemente cristianos, se bautizaban; por ello los registros de parroquias (los únicos registros existentes) rescatan muchos nombres guaraníes hechos apellidos y casi ningún nombre propio de los "infieles" charrúas. Desde luego hubo charrúas cristianos y guaraníes "infieles" aún en este ecosistema que no era el suyo de origen, pero en líneas esenciales los "gauchos" de origen guaraní eran más visibles que los gauchos-charrúas, provenientes de una cultura cuya lengua cayó en desuso en el siglo XIX ; además, las palabras charrúas que conserva la toponimia y la fauna y flora fueron deformadas y "castellanizadas".

La cuarta dificultad es que los pueblos de pampa y pradera desarrollaron estrategias adaptativas mucho más velozmente que los pueblos de selva o montaña. Al ser los más expuestos a la represión fueron los primeros en usar caballos, en desarrollar artesanías y procesos productivos con cueros de vaca, en familiarizarse con las armas de fuego, en adoptar el metal europeo para sus armas blancas tradicionales. Además debieron desplazarse continuamente, por lo que se hicieron más nómades, abandonaron en muchos casos su agricultura y vivieron en tolderías más precarias y transportables, lo que confundió a los cronistas europeos sobre su grado real de desarrollo productivo. Fueron refugio de todos los perseguidos, y eso aumentó la diversidad cultural en su propio seno. En síntesis, ser charrúa en el siglo XIX era más una opción cultural que una determinación genética. En el caso de los charrúas de la Banda Oriental hay dos características específicas: la Banda Oriental era frontera disputada entre España y Portugal, o sea que estos charrúas se enfrentaron a dos imperios; y por otra parte la frontera oceánica incontrolable los hizo grandes comerciantes de cueros de vaca con barcos holandeses, franceses e ingleses.

Por eso, como decía en la primera parte, la dinámica para recuperar nuestra raíz charrúa en el seno de la cultura popular fue un trabajo sobre variables e indicadores que aparecían dentro de los valores, creencias y prácticas culturales, productivas y sanadoras propias del campo ganadero. El universo de leyendas y mitos fue un campo permanente de aprendizajes, y el respeto por los ritmos y los códigos de comunicación fue nuestra vía más veloz a la comprensión profunda de todo lo que sigue vivo. Después nos fue más fácil advertir cuántos términos de las lenguas originarias tiene nuestro lenguaje popular y cuánta sabiduría ancestral pervive en nuestra gente,. aún aquella de origen inmigrante pero que compartió en el campo ese alimento espiritual que. como diría Atahualpa, es de naides y es de todos, y recibió todo aquello que "en el mate que se brinda no se le oye pero está" como dice una vieja milonga.