jueves, 13 de septiembre de 2007

Ponencias 2007


Más acá y más allá del bilingüismo

Bartomeu Melià, s.j.

20 julio 2007


Toda historia es una historia de nuestra palabra. Sin palabras y sin lengua no hay historia, pero tampoco hay lengua sin historia. De hecho no hay cultura ni política sin lengua, y en la lengua es donde se cocina pasado y futuro; es decir, se hace memoria del futuro.

Algo de historia lingüística

Cada historia colonial viene duplicada en una historia lingüística; es su sombra chinesca. Porque si la lengua es compañera del imperio, la substitución de lenguas es la historia de las muertes por ese imperio deseadas.

Quienes no nacimos en la lengua del Estado, ese Estado que nos acorrala toda la vida, exigiendo lealtad y fidelidad; quienes tuvimos que aprender otra lengua diferente de la nuestra propia, cansados de guerra y acosados con las mayores indecencias, sabemos de la discriminación, de la amenaza, del ridículo, de la privación de información, de la exclusión dentro del Estado, de la pobreza de nuestras escuelas oficiales, de la falta de medios de información y de capacitación en nuestras lenguas.

Siendo como todavía somos países coloniales, el colonialismo lingüístico perdura y en el último siglo se ha fortalecido. Pueblos que habían vivido su libertad lingüística hasta el siglo XX, la han perdido en los últimos 50 años.

Las lenguas no se pierden, como una billetera o un collar. O las entregamos o nos las roban. De hecho ninguna lengua muere si no es por la voluntad que tiene el hablante de dejarla; la muerte es una ausencia de amor o por amor imposible. Los silencios provienen de las grandes distancias creadas entre nosotros, incluso ente quienes hablamos la misma lengua Y uno se pregunta: ¿cómo se llega a una situación tan antinatural?

Desconfiemos del bilingüismo

Considero que la teoría del bilingüismo que se practica, teóricamente viciado, mal programado y pésimamente administrado, es la mayor amenaza que pesa sobre las lenguas de América Latina; el dogma se ha vuelto superstición.

Por ello me atrevo a proponer un más acá del bilingüismo y un más allá. Quien no está en condiciones de entrar en el movedizo estero del bilingüismo, mejor que no lo haga; quien piensa que podrá enfrentarlo, que sepa qué hay más allá.

¿Cuál es el bilingüismo que se propone y al que se induce?

Un motivo previo para desconfiar es

– que el bilingüismo es propuesto por personas que no son bilingües y que, sin embargo, tampoco son realmente monolingües, sino unilingües. Intentaremos precisar después esta distinción.

– que si son bilingües, lo son de dos lenguas -castellano-inglés, castellano-portugués; castellano-francés, castellano alemán-, que por circunstancias de historia y de gravitación no tienen nada que ver con la situación de los bilingüizandos indígenas u aborígenes.

– que piensan que hay un único binomio castellano-lengua indígena, como si éste fuera castellano-inglés, sin haber pensado en situaciones como castellano-coreano, o castellano-árabe. He experimentado que vietnamitas, indonesios o africanos captan mucho mejor el sistema guaraní que los de procedencia española, con su pesado unlingüismo.

No se trata de recorrer toda la lista de dificultades en que se debate una propuesta apresurada de bilingüismo. Los libros serios que tratan del tema los han detectado con perspicacia, aunque los bilingüistas siguen todavía con sus simplezas y orgullosas ignorancias.

El silencio de las lenguas

No están superados todavía en el bilingüista dos perjuicios tan antiguos como modernos: que quien no habla la lengua del imperio, que actualmente es la de la nación, es un bárbaro. ¡Cómo es bueno y saludable haberse sentido bárbaro, como me ha ocurrido a mí entre pueblos originarios o en naciones extranjeras! Los bárbaros son los otros.

Colón en su Diario del jueves 11 de octubre de 1492 pretende ya llevar a España a seis indios “para que deprendan fablar” [aprendan a hablar], lo cual implica que la lengua de los indios no es lengua. Colón abre el camino a los unilingüistas.

Hay que preguntarse seriamente si la pretensión del bilingüismo está bien intencionada, o es una añagaza encubridora. Son demasiados los indicios, que por lo demás ni siquiera se toman la molestia de esconderse, de que muchos de los programas de bilingüismo son de simple transición hacia el unilingüismo.

¿Cómo se consigue que una lengua deje de hablarse? Y todavía podemos preguntarnos, ¿quién lo consigue?

En el caso de América y dentro del Paraguay hay lenguas que han muerto, y no pocas. Donde está la lengua de los antiguos Agaces, o de los más modernos Payaguá. ¿Desaparecieron enteramente los hombres y mujeres de esos pueblos? Es cierto que guerras, epidemias o malos tratos pueden haber eliminado de la faz de la tierra a pueblos enteros. Pero no necesariamente. Lo que en realidad desapareció fue la voluntad o la posibilidad de los hablantes de continuar con su lengua. Los caminos del silencio de la lenguas han llegado a los más apartados rincones y han impuesto silencio, como el maderero que pasa y deja el monte pelado.

¿En qué consiste esa máquina fatídica que hace que cada año mueran unas 25 lenguas? Y ¿por qué se supone que de las 5.000 o 6.000 lenguas vivas en el mundo habrán desaparecido en cien años, si no se impide, la mitad? ¿Tiene que ser esto necesariamente así?

De la multitud de causas que producen la muerte de una lengua –todas ellas temibles y complejamente entreveradas–, como lo enumera y analiza con suficiente claridad Claude Hagège en No a la muerte de las lenguas (2002: 103-155), está aquella que presentada como bilingüismo quiere erigirse en teoría contra el monolingüismo. Más que teoría debería ser tenida como ideología, en cuanto está ligada a una determinada manipulación de ideas de carácter tendencioso en coherencia con la ideologización del unilingüismo dominador. Los unilingües son los asesinos de los monolingües.

La práctica contra el monolingüismo es una típica estrategia de los Estados, que la toman como obligación misericordiosa.

El caso de la lengua guaraní en el Paraguay es suficientemente ilustrativo porque en él se confunden en proporciones paradójicas dos tipos de monolingüismo contrarios y contradictorios: hay un sistemático y constante trabajo del unilingüismo contra el monolingüismo, y pero también persiste el mantenimiento del monolingüismo como identidad cultural.

La lengua guaraní sufrió de manera sistemática desde su primera colonización la amenaza del unilingüismo español, aunque, como en ningún otro país de América, tal vez, consiguió construirse un espacio tan propio y autónomo. Por lo menos hasta años recientes, ya que en los últimos años se puede notar la virulencia del peor colonialismo, que es el cultural. Durante todos los siglos de coloniaje y primero de independencia, el guaraní fue la lengua propia del Paraguay, pero siempre hubo rechazo por parte de las llamadas élites para aceptarlo. Aún ahora llegamos a la paradoja de que no hay intelectual o escritor literario que no hable bien del guaraní, pero de hecho ninguno de ellos lo usa.

Como tantas otras lenguas, el guaraní ha sufrido la clásica discriminación de ser considerado como “no lengua”. Al principios del siglo XIX, Felix de Azara, en sus Viajes por la América Meridional (1969: 248) todavía decía que

“la unidad de lenguaje entre los guaraníes, que ocupan una tan vasta extensión de país, ventaja que ninguna de las naciones civilizadas del mundo ha podido obtener, indica aún que estos salvajes han tenido el mismo maestro de lenguaje que enseñó a los perros a ladrar del mismo modo en todos los países”.

Que la fonética de la lengua le parezca a un administrador colonial, como Azara, un “lenguaje de perros”, y así lo exprese, indica hasta qué punto estaban enraizados en ciertos sectores los perjuicios contra la lengua guaraní.

El guaraní ha sufrido también el cargo que suele hacerse contra las lenguas particulares para apremiar a sus hablantes a que las abandonen, que es el consabido perjuicio de que la lengua no tiene palabras suficientes para tal o cual concepto, perjuicio que fue desarrollado con frecuencia por las altas esferas del gobierno civil y eclesiástico.

Al juicio de no lengua hay que añadirle, pues, el de que apenas es un pobre dialecto; cuando en realidad no se sabe qué es un dialecto.

En 1596 todavía se decía en el seno del Consejo de Indias, que “la lengua indígena más perfecta no está en condiciones de explicar con precisión y propiedad los misterios de nuestra santa fe católica”, si bien en 1583, el tercer concilio de Lima había tenido ya lugar y sus catecismos en varias lenguas indígenas corrían impresos.

La legislación española, muy constante en el sentido de prescribir el uso del castellano, tiene que ser temperada, sin embargo, con dos reservas: una, que no se emplee sino la dulzura y la persuasión, excluyendo cualquier presión, aun indirecta; la otra, que se respeten finalmente las lenguas indígenas.

He tratado en otra ocasión de esa política fluctuante (Melià 1969: 23-27; 2003: 55ss) que permitió la configuración de mapas lingüísticos bastante diferenciados en América, en los cuales el Paraguay presenta características específicas.

Con la Ilustración y la modernidad centralizadora, que en España se manifiesta sobre todo en el reinado de Carlos III, se afianza la dominación lingüística que actúa en un doble plano: en la castellanización y en el ataque contra cualquier otra clase de monolingüismo. Los argumentos son los de siempre: la pobreza de la lengua indígena y la ventaja de una sola lengua para un Estado.

Un arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana, repetía en 1769, que

“es muy difícil o casi imposible explicar bien en otro idioma los dogmas de nuestra santa fe católica, sobre que han tratado tanto los santos Padres y teólogos, especialmente en los misterios de la encarnación y eucaristía, para afianzar y purificar las expresiones” (Konetzke, III, I: 367).

Poco después, imbuido del mismo espíritu de la época, nuestro Félix de Azara (Voyages, II: 212-213), dándoselas de teólogo, dirá que “es imposible redactar un catecismo en unas lenguas tan pobres y que carecen de palabras para expresar las ideas abstractas, e incluso para contar más allá de tres o cuatro”. El guaraní efectivamente sólo cuenta hasta cuatro, pero para esa época eran no pocos los libros editados en guaraní, habiendo incluso una traducción del tratado ascético De la diferencia entre lo temporal y eterno, del padre Eusebio Nieremberg, publicada precisamente en la imprenta de las Misiones guaraníes del Paraguay.

Circulaba también el argumento de que, al no saber el español, los indios se veían privados de la lectura de libros que hubieran contribuido a su edificación espiritual y ayudado a vivir como “hombres de cabeza”.

Poco importa en estas argumentaciones que la historia lingüística de la región y del país diga lo contrario.

Se quiere desconocer que el Paraguay tuvo su población más urbanizada en el siglo XVII y XVIII, y que fue entonces cuando hubo imprenta en lengua guaraní y con considerable producción editorial. Los misioneros estaban lejos de pensar que el castellano fuese una lengua que ayudase al cristianismo; y muchas veces, creían incluso lo contrario. Para la lectura de los indios, se procedió a la redacción de libros en su lengua, siendo incluso indígenas sus autores. Pero la historia de esa lengua y sus realizaciones apenas eran conocidas por la sociedad criolla. Y menos valoradas. La lengua guaraní estaba cortada de sus raíces. Más aún se negará todas sus adquisiciones y realizaciones en el sentido de su literalidad y modernidad.

Así la ideología unilingüe de sustitución seguirá su camino y no cejará en querer imponerse.

En los tiempos actuales los instrumentos y construcciones ideológicas que se manejan contra el guaraní no sobresalen por su originalidad –en realidad no lo necesitan–, porque confían en la eficacia histórica, que les daría la razón d que la lengua está despareciendo de grandes ámbitos de la vida social.

Recurriendo de nuevo a Claude Hagège (2002: 116-118) podemos visualizar el proceso de presión y desintegración que se da con singular fuerza en el guaraní actual, siempre amenazado de sustitución.

Esas argumentaciones, nada nuevas, son en realidad la continuidad de los mecanismos de diglosia tan conocidos.

El guaraní inferior y superior

Se aduce frecuentemente la supuesta jerarquía de las lenguas, divididas en lenguas superiores y lenguas inferiores. Es una aplicación de la antropología evolutiva transferida al campo lingüístico. En el esquema evolutivo los salvajes son identificados con los cazadores y recolectores, y los bárbaros con los agricultores no industrializados. La validez de este esquema no está en su objetividad analítica, sino en su ideología explicativa. Así se supone que el cazador todavía no tiene las palabras de la racionalidad agrícola, así como los agricultores todavía carecen de la terminología de las ciencias del tiempo industrial.

Según esa jerarquía el guaraní es colocado detrás del español, pero éste a su vez viene detrás del inglés norteamericano. Con lo cual el culpable es culpado, y el asesino, asesinado. De todos modos, el español no pierde por ahora el aura de lengua de unión entre los países latinoamericanos, con la “madre patria” y con cuantos a través del mundo la han hecho su segunda o tercera lengua.

Pero en el Paraguay se desconoce también que el guaraní se ha convertido a su vez en lingüicida con sus insistentes presiones sobre otras lenguas del Chaco paraguayo. Bajo esa imposición cayó el guaná, sobre todo cuando gran parte de ese pueblo se localizó por razones de trabajo alrededor de la fábrica de cemento, en Vallemí (Concepción); así como varios pueblos de la familia lengua-maskoy, atraídos que fueron hacia las fábricas de tanino del Alto Paraguay, y aun otros, que al convivir con paraguayos en estancias y puestos de trabajo, terminaron por substituir su lengua, aunque no siempre su cultura, por el guaraní paraguayo ambiental. Pero no salvan de esa coerción las lenguas de los indígenas guaraníes que también se están aparaguayando cultural y lingüísticamente.

La política seguida por los misioneros, más que por la sociedad civil mestiza del Paraguay, de exaltación de la lengua guaraní, “lengua tan copiosa y elegante que con razón puede competir con las de fama” y que “tan propia es que desnudas las cosas en sí las da vestidas de su naturaleza”, al decir del padre Antonio Ruiz de Montoya (1639: ff. preliminares), consiguió preservarla en parte del acoso castellanizante y de su inferiorización. Por sólo un tiempo, es cierto. Tanto la globalización hispánica como la lusitana no han cejado un momento en su voluntad de uniformidad lingüística, de la cual no ha podido librarse ninguna de las lenguas que entraron en contacto con esas dos formas de colonia todavía actuantes en los más remotos rincones adonde llegan.

Si la lengua fuera un depósito de palabras, el argumento tendría una cierta validez, pero no cuando se sabe que la lengua es sobre todo el núcleo duro que permite la relación pertinente de las palabras que generan el sentido del discurso.

La mentalidad unilingüe

Puesto que tratamos de ideología hay que examinar lo que significa en realidad la promoción del unilingüismo.

Quienes acosan con mayor violencia o con solapada seducción el monolingüismo de los guaranihablantes lo hacen desde la perspectiva del unilingüismo. ¿Cuál sería la diferencia entre monolingüismo y unilingüismo? Entendemos como monolingüismo la lealtad hacia una lengua como propia, diferenciada, tradicional e histórica, que, sin embargo, no se cierra al aprendizaje y uso de segundas y terceras lenguas, dada la conveniencia de comunicarse con otros pueblos y comunidades; lo propio no excluye lo ajeno ni rechaza lo diferente.

El unilingüismo es la declaración de la unicidad de lengua y la proclamación de una lengua como apta y suficiente para todos los actos comunicativos. El unilingüe piensa que todos y cualquier pensamientos se agotan en el uso de una sola lengua. Los constructores de Babel eran unilingües. Y la reacción, cuando llega, es el dios airado de los pueblos que se resisten a ser peldaños de otras alturas.

La mentalidad unilingüe es parte de una política. Si en esta perspectiva se acepta el uso de dos lenguas, se hará en vistas a una transición considerada necesaria, que debe ser concluida en el menor espacio de tiempo posible, como una etapa que debería ser rápida y eficiente. Es por ello por lo que, como veremos después, las políticas de bilingüismo y sobre todo sus programas, son remedios de funestos efectos secundarios colaterales.

Lo que diferencia profundamente la mentalidad unilingüe practicada por la sociedad hablante de una lengua dominante es el desequilibrio y la inequidad establecida de entrada, no por motivos lingüísticos, sino de poder y exclusividad, frente a cualquier otra lengua. Mientras tanto los hablantes de la lengua propia no mayoritaria –es decir, aquella desposeída de los poderes inherentes al Estado, de la economía o de la cultura de prestigio– deben sentirse condenados incluso a abandonar un eventual bilingüismo para plegarse a única lengua. La maldición de Babel que recae sobre la insensata globalización del unilingüismo, no es propiamente hablar otras lenguas, sino tener que hablar mal una nueva lengua.

En el Paraguay, sobre todo desde los años de la postguerra de 1870, se desarrolla una mentalidad unilingüe que si no se hizo más patente fue por la lealtad lingüística de la población a su tradición y por las escasas condiciones de posibilidad de aprender realmente el castellano, lengua de prestigio cada día más indiscutible. Todo el siglo XX se debatió en esa incertidumbre de tener que caminar por dos caminos, ambos tenidos como inestables e inseguros, aunque desde perspectivas diversas.

Cuando la reforma educativa de 1994 quiere recobrar en favor de la lengua guaraní un lugar en la educación formal, de hecho llega demasiado tarde. Las clases sociales de la dirigencia política y económica, e incluso cultural, ya están imbuidas profundamente de la mentalidad unilingüe de sustitución, a la cual los programas de bilingüismo deberían servir. Es cierto que en la estela de la Reforma se ensayarán experiencias de educación formal que, como en las Escuelas de Fe y Alegría, desde 1992, han cosechado algunos éxitos, pero aun en estos ambientes el pensamiento unilingüista se ha instalado en la cabeza de las familias campesinas.

El bilingüismo como sustracción

Como nota C. Hagège (2002: 117), para el unilingüe inglés o español,

“la adquisición de otra lengua es concebida... como adición, como es natural, y no como sustitución. Para los demás se trata claramente de sustitución..., el bilingüismo es un lujo costoso, y sólo la lengua dominante vale la pena de realizar el aprendizaje, ya que sólo ella aporta un resulta gratificante y remunerador... El bilingüismo de desigualdad, en la mayoría de los pueblos dominados, se desvaloriza a sí mismo y termina condenando a la lengua autóctona, ya que ésta se enfrenta a un modelo económico y social en apariencia más prestigioso”.

Hay que reconocer que las estrategias de las que se valen los promotores del bilingüismo son bastante adecuadas pues los argumentos finales son promovidos por los mismos lingüistas que son quienes los inventaron. Una de las tareas de los lingüistas y planificadores en políticas lingüísticas, sería, pues, destruir ciertos argumentos que promueve el bilingüismo, aunque con otras fórmulas, ya que las que propician el bilingüismo de sustitución ya se han difundido y dispersado, y son vientos que nadie sabría recoger de nuevo; vientos sembrados, que traen tempestades. Detrás de la muerte de las lenguas hay argumentos lingüísticos que prometían remedio, aunque son ellos mismos mismo causa de muerte.

En el caso del Paraguay es el bilingüismo como programa la más seria amenaza para las lenguas que aquí se hablan; el bilingüismo es el opio de las lenguas.

Cuando en el Paraguay se habla de bilingüismo se promociona, a veces con ingenua buena voluntad y alguna buena intención, una política de dos lenguas.

Sin embargo, sabemos que estas dos lenguas nunca están en pie de plena igualdad. En realidad, ¿puede existir la perfecta igualdad en sociedades desiguales? Estamos en el ya citado bilingüismo de desigualdad donde las ventajas y provechos del bilingüismo en general pierden consistencia.

El bilingüismo sólo puede tener alguna consistencia teórica y práctica cuando se acepta el plurilingüismo, que ni siquiera pretende equiparar las lenguas en sus funciones, pero sí en dignidad.

Los sucesivos procesos de globalización que se han dado en América han tendido hacia sustituciones de la cual la lingüística es la más atrevida y una de las más complejas. De todos los procesos de transformación el de las lenguas y lenguajes es el de más largo aliento, el más lento, pero también de efectos prácticamente irreversibles.

Es cierto que el unilingüismo ha conocido no pocos fracasos, aun en los países colonizados. No es fácil deshacerse de una lengua. Una lengua pude morirse por rápida desaparición de todos y cada de sus hablantes en breve espacio de tiempo, por masacre o por enfermedad. El hacer que una sociedad aparezca como inútil e incluso sea vista como tal, que es lo que pretende el unilingüismo, lleva más tiempo.

Pero, si una lengua muere y se desintegra al faltarle el medio donde se pueda comunicar, crear de nuevo la comunicación supone recrear formas de sociedad; es nacr de nuevo.

El bilingüismo o es intercultural o lingüicida. Una cultura no dialoga sobre sí misma a partir de dos versiones lingüísticas sobre sí mismas, repitiéndose y fotocopiándose en dos versiones de lo mismo. El bilingüismo no es cultura duplicada.

De hecho en el Paraguay el proclamado bilingüismo, como en tantos países, intenta llevarse a cabo desde la perspectiva del unilingüismo.

La escuela anglófona practicada en Norteamérica, por ejemplo, se constituyó ya desde fines en maquinaria de muerte para las lenguas indígenas, en una misión de verdadero desarraigo vergonzante, como muestra C. Hagège (2002: 117-118).

En el Paraguay el guaraní junto a una corriente ditirámbica –expresada incluso en español– es motivo de vergüenza por los campesinos pobres que ven en él las causas de su pobreza. Esta realidad se expresa incluso con cierta violencia y no sin razón frente a las modalidades de escuela en guaraní. Los bilingües unilingüistas los tratamos de gente ignorante y sin visión, cuando en realidad la ideología ambiental les repite hasta la saciedad que la tan alabada lengua guaraní no tiene ningún porvenir. Esto no se publica, pero se dice en los más variados tonos en los círculos del poder.

¿Cuáles son los motivos culturales que pueden mantener un guaraní irreductible? Esta es una de las cuestiones tal vez más pertinentes del momento actual. La pérdida de sus superficies selváticas y aun de sus tierras en beneficio de terceros que no muestran ninguna disposición para integrarse en la cultura paraguaya, es una metáfora de lo que puede ocurrir con la cultura del Paraguay, y especialmente con su cultura lingüística.

Lo que no conduciría al unilingüismo es el monolingüismo que se abre a todas las lenguas posibles, de las cuales escogeremos, por afinidad electiva, otra, o dos, o tres. Tal vez hasta diez y más. Todas esas adiciones no conllevan ninguna sustitución.

Siempre me ha parecido peligrosa la autosuficiencia de decirse bilingüe desde el nacimiento. Es cierto que se dan casos de niños que aprenden a hablar en dos lenguas –y M. Siguan (2001: 61-89) dedica todo un capítulo a esta eventualidad y posibilidad–, pero los buenos resultados son más bien particulares y hasta raros. Lo habitual, sin embargo, es que aún en las experiencias más exitosas, el hablante se decanta, a medida que pasa el tiempo y se afirma su vida cultural, por una lengua principal que será la de la comunicación cultural preferida. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la diversidad cultural sustentada por sistemas intrasistemáticos, como son el inglés, el inglés americano, el español, el francés y el alemán, y muchas de las lenguas emparentadas y sus dialectos, no es del mismo orden que la diversidad cultural y social que proviene de sistema intersistemáticos, en los cuales las distancias fonéticas, morfológicas y contenidos léxicos del discurso son tan notables.

El bilingüismo mal concebido y mal echado a luz hace morir el guaraní sustituido por un hijo bastardo, esmirriado y desagradable, cual es el dialecto de carácter escolar.

El bilingüismo paraguayo está tan mal explicado como el mestizaje paraguayo, vivido con la angustia de argumentos contradictorios, apenas aceptados por historiadores y legisladores, a quienes desde su ideología liberal interesaba establecer un postulado neutralizador y conciliador, según el cual todos somos iguales ante la ley, sujetos de los mismos deberes, aunque no de los mismos derechos. Los sociedad colonial paraguaya no fue una sociedad mestiza; fue y sigue siendo una sociedad dividida.

Levantar este tipo de cuestiones creo que es necesario para establecer una guía de ruta que saber qué es lo que puede dar y lo que no puede dar el bilingüismo en el Paraguay.

Tal como se está llevando a cabo, la propuesta del bilingüismo en el Paraguay lleva a la extinción del guaraní. El proceso está en plena marcha. Sería demasiado largo enumerar las causas de sustitución promovidas por el bilingüismo, pero quiero señalar una aparentemente paradójica. La falta total o parcial de educación en la lengua propia conspira contra la transmisión normal de una lengua. Pero también conspira contra la misma la ilusión creada por los puristas rigurosos, purismo por otra parte más inventado que comunicado. Muchos puristas ni siquiera conocen el código culto de lengua, que teóricamente proponen. En estas condiciones no se crean ni se pueden crear las condiciones que aseguren su comunicación y uso. Ni siquiera los escolares fuera del aula –y probablemente tampoco en ella– lo practican.

Lo curioso del caso paraguayo, a pesar de ciertas propagandas ilusorias, es que la sociedad va de hecho hacia a un semilingüismo, que

“se caracteriza por la pobreza del vocabulario y de la morfosintaxis en cada lengua (guaraní y castellano), déficit de automatismo para mantenerlas separadas y para pasar de una a otra y como consecuencia dificultad para adaptar el lenguaje a sus diferentes funciones” (Siguan 2001: 87-88).

No todos van a aceptar la presentación que hago de los peligros del bilingüismo paraguayo. Es cierto que el análisis no es exhaustivo, aunque no lo veo falso. Por otra parte, esta llamada de atención, para que tenga sentido, debe llegar a políticas lingüísticas efectivas.

He escrito alguna vez que “estamos felizmente condenados al bilingüismo”, pero no desde la perspectiva del unilingüismo, sino desde la potencialidad positiva del monolingüismo de una lengua propia, que aprende una segunda y una tercera lengua, y otras más todavía. ¿Un lujo impuesto? Creo que se trata más bien de una riqueza que la historia nos depara, y que el futuro no puede desperdiciar.

Sobre la lengua propia

En la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos, propuesta por la Conferencia Mundial de Derechos Lingüísticos, reunida en Barcelona, España, del 6 al 9 de junio de 1996, considera en su introducción que

“la invasión, la colonización y la ocupación, así como otros casos de subordinación política, económica o social, implican a menudo la imposición directa de una lengua ajena o la distorsión de la percepción del valor de las lenguas y la aparición de actitudes lingüísticas jerarquizantes que afectan a la lealtad lingüística de los hablantes; y considerando que, por estos motivos, incluso las lenguas de algunos pueblos que han accedido a la soberanía están inmersas en un proceso de substitución lingüística por una política que favorece la lengua de las antiguas colonias o de los antiguos poderes imperiales”

A partir de este y otros considerandos, en los que el Paraguay y sus lenguas encuentran su marco, hacemos nuestro el Artículo 3 de dicha Declaración, según el cual son

“derechos personales inalienables, ejercibles en cualquier situación, los siguientes:

- el derecho a ser reconocido como miembro de una comunidad lingüística;

- el derecho al uso de la lengua en privado y en público;

- el derecho al uso del propio nombre;

- el derecho a relacionarse y asociarse con otros miembros de la comunidad lingüística de origen;

- el derecho a mantener y desarrollar la propia cultura...”

En toda la declaración en la cual no se habla una sola vez de bilingüismo como eventual derecho, el concepto clave es el de “lengua propia”. En el Artículo 1, 1, se explica lo que se entiende por lengua propia:

“La denominación lengua propia de un territorio hace referencia al idioma de la comunidad históricamente establecida en este espacio”.

De hecho son las comunidades lingüísticas las que deben reclamar y ejercer sus derechos, puesto que el plurilingüismo y la pluriculturalidad son realidades que exceden en mucho a los Estados, que generalmente las reducen.

En el Paraguay no ha sido nunca el Estado el mejor garante de la vigencia de las lenguas de sus comunidades, ni siquiera del guaraní. En su descargo podrá decir que simplemente recoge una concepción de bilingüismo propuesta por la ideología popular imperante y hasta por los lingüistas y planificadores educativos de la educación.

El sentido de estas líneas es precisamente reflexionar sobre esta realidad y su posible superación.

Referencias bibliográficas

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