sábado, 15 de septiembre de 2007

Ponencias 2007

LA DESAPARICIÓN DE UNA LENGUA PATAGÓNICA:
EL TEHUELCHE o AONEKO AJEN
Ana Fernández Garay
anafg@ciudad.com.ar



Los tehuelches o aonek’enk, llamados también patagones, chewelches, o chewelchos, habitaban la región comprendida entre el río Santa Cruz y el Estrecho de Magallanes. Aunque existen todavía algunos hablantes que pueden recordar su lengua materna, el aonek’o ajen, y que han colaborado como consultantes en la recolección del material lingüístico, la realidad es que ya no se utiliza como vehículo de comunicación intragrupal. Esta lengua forma parte de la familia lingüística Chon junto con el teushen, el selknam y el haush, estas tres ya totalmente extinguidas.
Las investigaciones sobre el tehuelche o aonek'oajen (‘habla sureña’) comenzaron en septiembre de 1983 cuando nos instalamos junto con Martine Delahaye durante diez meses en la Provincia de Santa Cruz, con la intención de documentar la lengua de los últimos hablantes de esta etnia. A partir de 1984, regresé periódicamente con la finalidad de revisar el análisis de los materiales y ampliar el corpus de datos.
Veremos a continuación cómo fue perdiéndose la lengua y la cultura de este grupo cazador-recolector. Una vez finalizada lo que se conoce como “la Conquista del Desierto” en 1880, e iniciado el poblamiento de la Patagonia por parte del blanco, el problema más acuciante fue el de la sedentarización de los aborígenes en lugares bien delimitados, con el objeto de evitar “las molestias” que causaba un grupo nómada, que erraba de un lugar a otro con sus caballos y sus perros en busca de ñandúes y guanacos para cazar. Por esta razón, a fines del siglo XIX comienzan a crearse reservas aborígenes a lo largo y ancho de la Patagonia, con el fin de confinar a los indígenas en determinados lugares, generalmente inhóspitos y hostiles para el hombre. La creación de las reservas tiene como causa principal la decisión de introducir el ovino en la Patagonia, para lo cual se requiere la disponibilidad de tierras en gran escala, para cubrir la importante demanda internacional de lana en primer lugar, y de lana y carne después, con destino a los mercados europeos, tal como lo explicita Barbería (1988: 18).
En la Prov. De Santa Cruz se crea en primer lugar, la reserva Camusu Aike en 1898. De las 50.000 Has iniciales, la reserva fue reduciéndose poco a poco hasta que en 1984 solo quedaban 11.200Has. Según datos no-oficiales, hoy día la reserva se ha reducido aún más. Otras reservas creadas posteriormente, la del Lote 119 del Lago Viedma, y la del Lote 6, cerca del lago Cardiel, fueron dejadas sin efecto en 1966, año en que el golpe de estado de Onganía derroca el gobierno constitucionalmente constituido. La última reserva tehuelche, en el año 1984 se mantenía aún como tal a pesar de las reiteradas propuestas de levantarla con el fin de que sus tierras pasaran a manos de los blancos. Se ve que en menos de un siglo los tehuelches fueron despojados de las tierras que les habían sido asignadas. Ello se debe principalmente, al significado mismo de lo que es una reserva. Determinadas tierras fiscales, generalmente las menos productivas, son declaradas reservas para concentración de indígenas, pero en ningún caso se le otorga al grupo un título de propiedad sobre las mismas. Por lo tanto, y por diversas razones, puede el gobierno de turno decidir su levantamiento. Por otro lado, una vez ocupadas las tierras públicas disponibles para la cría de ganado ovino hacia 1940, las reservas comenzarán a sufrir el asedio y el despojo por parte de los estancieros, quienes, a falta de tierras fiscales, pondrán su mira en los asentamientos indígenas. Se asiste así, a la instalación de intrusos en los campos asignados a los aborígenes y a la utilización de todo tipo de metodologías para apropiarse de ellos (véase Barbería, 1988: p. 26). Las razones aducidas para justificar la intromisión son generalmente la explotación irracional de las tierras, o la no explotación de las mismas, así como la ausencia de aborígenes, pues se decía que había blancos que convivían con indígenas y en especial chilenos. También se argumentaba que había que oponer el progreso, representado por el trabajo del blanco, a la vagancia, prostitución y alcoholismo de los indígenas, o que, si éstos hacían uso del suelo, en realidad requerían una extensión menor a la concedida (Barbería, 1988: 32). En todas las reservas ha habido juicios contra intrusos blancos que ponían animales a pastar, a veces con el consentimiento de algún indígena, otros amparados por autoridades del lugar que no actuaban con la celeridad y fuerza necesarias como para evitarlo.
Otro aspecto que debemos tener en cuanta es la disminución demográfica del grupo tehuelche. Los censos realizados en las reservas por el Consejo agrario provincial de Santa Cruz muestran claramente que los habitantes de las reservas iban disminuyendo notablemente.
A la escasa población tehuelche existente para los años 80 —alrededor de cien descendientes aonek’enk—, debemos agregar la pérdida de la lengua y la desarticulación de la cultura del grupo, resultado del contacto con la sociedad dominante y de la marginación a la que fueron sometidos por parte del blanco. La selección de los consultantes para el trabajo linguístico se hizo sobre la base de la memoria que poseían de su lengua. En un caso hubo que trabajar previamente entre dos y tres meses para que la consultante pudiera recordar su lengua y construir oraciones. Ese hurgar en la memoria la llevaba a darnos, al comienzo, muchas variantes de una palabra o frase; eran los titubeos del que trata de recordar lo que hace mucho ha olvidado por falta de uso. Finalmente, pudo conversar con su hermana, aun cuando los temas eran limitados debido al importante proceso de reducción léxica y desgaste estructural que se había operado en la lengua.
Los datos expuestos, como dije, son de 1983-84. Desde entonces han fallecido varios de los informantes con los que trabajamos. Los que viven todavía, y que colaboraron con nuestra tarea hace más de quince años, son muy ancianos en la actualidad. Podríamos afirmar que hoy es prácticamente imposible reeditar el trabajo de recolección que se llevara a cabo por esos años.
Para la segunda mitad del siglo XX, ya la lengua tehuelche se encontraba en una situación evidente de pérdida y deterioro avanzado y la cultura había sufrido transformaciones importantes. Las causas que llevaron a la situación actual fueron las siguientes: 1) el contacto permanente con otras parcialidades del complejo tehuelche, como los teushen y los gününa küne, con los que mantenían relaciones comerciales y/o matrimoniales que tuvieron consecuencias interesantes a nivel lingüístico y cultural, pues los matrimonios mixtos trajeron consigo, en ciertos casos, la pérdida de la lengua y de la identidad de uno de los esposos; 2) el proceso de araucanización que se inicia hacia el siglo XVII y transforma radicalmente el panorama lingüístico y cultural de la Patagonia argentina, ya que muchos grupos tehuelches pasan a hablar el mapudungun, lengua de los araucanos o mapuches, venidos de Chile en busca de animales vacunos y equinos en estado salvaje, para su subsistencia; 3) la llegada del hombre blanco en 1520, y sobre todo, la “conquista del desierto”, campaña emprendida por el gobierno argentino a partir de 1879 para acabar con las tribus que ofrecían resistencia a la acción colonizadora del blanco, lo que da lugar a la ocupación sistemática de la Patagonia por los criollos e inmigrantes y al confinamiento de los indígenas en reservas. A partir de estos hechos fundamentales se van a ir encadenando otra serie de situaciones que llegan a nuestros días y que han ejercido su acción funesta sobre el pueblo tehuelche.
Si bien es cierto que los tehuelches o aonek’enk nunca fueron numerosos (véase Fernández Garay, 1995b: 44-46), y que no hubo un exterminio por parte del blanco como ocurrió con los onas de Tierra del Fuego , lo cierto es que la desaparición física de la población tehuelche tuvo dos causas básicas: las enfermedades y el alcoholismo, ambos introducidos por el blanco, y que causaron estragos entre los tehuelches (véase Musters, 1964: 258 y Barbería, 1988: 21).
La vida de los tehuelches en reservas, totalmente opuesta a su nomadismo, ha sido otro de los factores de desaparición de este grupo étnico. Al terminarse los animales en la reserva, debieron salir a trabajar en estancias vecinas como peones asalariados, lo que produjo el desmembramiento familiar y la necesidad de aprender el español, lengua del grupo dominante. Esto llevó, por un lado, al desgajamiento y a la desestructuración de las comunidades y, por otro, a la desintegración de sus valores culturales y de su lengua.
La educación obligatoria impartida por el Estado fue otra de las causas que operaron en contra del mantenimiento de la lengua y de la cultura vernáculas. El sistema escolar fue el medio que sirvió para expandir la norma lingüística y cultural del Estado argentino, a través de la ley 1420 de enseñanza común, gratuita y obligatoria, del año 1884, resultado del interés del gobierno de la época por la asimilación y homogeneización de los distintos grupos étnicos que habitaban el país.
Estas transformaciones se vieron incrementadas por la discriminación de la que fue objeto el indígena por parte del blanco. El rechazo y el desprecio de la sociedad dominante llevó a los indígenas a asemejarse lo más posible al blanco para evitar la estigmatización, borrando aquellas “marcas de etnicidad”, como la lengua, y otros aspectos culturales, como la vivienda, la vestimenta, la religión, etc.
Otros aspectos que contribuyeron a la extinción de la lengua y a la transformación de la cultura de los tehuelches fueron el servicio militar obligatorio, los medios de comunicación como la radio a transistores -que invadía el espacio doméstico incorporando pautas de vida propias del blanco en medio de la familia tehuelche-, los centros asistenciales de salud, la administración pública centralizada y la necesidad de trabajo remunerado; todo ello los ponía en contacto con la lengua nacional y la cultura hegemónica, lo que culminó en la transformación cultural y lingüística del grupo y su disolución como grupo étnico en medio de la sociedad mayoritaria. Hacia la década del ’80 sólo unos pocos se identificaban a sí mismos como tehuelches. Los de afuera, a su vez, solamente podían identificarlos como tales cuando habitaban las reservas indígenas. Se volvía más difícil si vivían en pueblos y ciudades de la provincia.
Sin embargo, en 1983, con el fin de la dictadura militar en la Argentina y la recuperación de la democracia, comienzan a reconocerse los derechos aborígenes en nuestro país, lo que lleva a sancionar en Formosa la Ley Provincial del Aborigen 426 en el año 1984, que resulta un modelo fundamental para la sanción de la Ley Nacional sobre política indígena y apoyo a las comunidades aborígenes No. 23.302, y para otras leyes provinciales que se van promulgando en los años siguientes. En 1994, con la Reforma de la Constitución Nacional, se deroga el artículo 65 de la Constitución sancionada en 1853, que otorgaba al Congreso Nacional la facultad de mantener a los indígenas en reservas y convertirlos a la religión católica. El mismo se remplaza por el artículo 75, inc. 17, que dice lo siguiente:
“Corresponde al Congreso: Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural, reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible, no susceptible de gravámenes ni embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones.” (véase Ana Gerzenstein y otros, 1998: 5)

Esta situación generó cambios fundamentales en los grupos aborígenes del país. Muchos indígenas que hasta entonces habían negado su pertenencia a determinado grupo étnico pasaron a sentirse orgullosos de su origen, y comenzaron a asociarse reclamando por las tierras de sus antepasados, e intentando la revitalización de sus lenguas y culturas.

5. Conclusiones

Volviendo al tema de nuestro trabajo sobre la extinción de la lengua tehuelche, observamos que las actitudes que muestran los hablantes son de lealtad y orgullo hacia su lengua y su cultura, no porque lo expliciten, sino porque todos ellos han mantenido la lengua e intentan preservar en su memoria aspectos de su cultura, a pesar de la actitud negativa del contexto, es decir, del rechazo hacia su lengua vernácula, borrada de la educación formal por gobiernos que consideraban que el español era la lengua que vendría a remplazar todas las lenguas indígenas, así como las lenguas inmigratorias, por aquello de “un Estado, una lengua”.
En cuanto a las representaciones, debemos tener presente que a fines del siglo XIX y en la primera mitad del XX prevaleció un discurso negativo hacia el indígena que llevó a hacerlos desaparecer de la historia y de los manuales escolares. Se hablaba de los grupos indígenas argentinos en pasado, como si ya no existieran en el presente. La representación que prevaleció en los cuadros gubernamentales era la que consideraba al aborigen un inepto y un incapaz, razón por la cual el gobierno debía “protegerlos” legalmente, impidiendo que sus tierras pasaran a nombre de las comunidades. En algunos casos, la opinión del blanco iba más allá, sobre todo cuando se daban razones para justificar la situación de exclusión en la que se encontraban. Así el abogado defensor de un ocupante ilegal en la reserva del Lote 6, Santa Cruz, dice: “A los indios hay que eliminarlos de la Patagonia, y sólo existen dos caminos para ello, o se los mata o se los mestiza, porque no se puede ni se debe perpetuar una raza inferior y que es perjudicial para el país. Los indios son rateros, o ladrones, haraganes, ebrios y tienen todos los vicios imaginables” (Expedientes del Consejo Agrario Provincial, Reserva Camusu Aike, Años 1914 a 1977). Esta visión negativa del indígena se manifestó también para con la lengua y la cultura de los distintos grupos. Trabajando con otro grupo étnico patagónico, los ranqueles, el dueño de una estancia de la provincia de La Pampa nos dijo que, siendo pequeño, solía escuchar a los peones ranqueles que trabajaban con su padre en tareas rurales, y que lo que hablaban estos indígenas era un “murmullo”, no una lengua. Ni siquiera le dio estatus de “dialecto”, como suelen llamar a las lenguas aborígenes aquellos que las consideran inferiores. El “murmullo” al que aludía este señor ubicaba la lengua de los ranqueles por debajo de una lengua inferior, prácticamente al nivel de los sonidos naturales como los producidos por animales. Ante esta situación reinante, el indígena optó por abandonar su lengua y su cultura, lo que llevó al “suicidio” del ranquel, así como de otras lenguas, entre ellas, el tehuelche. Los mayores decidían no transmitirla para que sus hijos no estuvieran sometidos al rechazo que ellos mismos habían sufrido.
Los consultantes registrados a fines del siglo XX manifestaron discursivamente situaciones desoladoras basadas en su propia experiencia y en la vida cotidiana del grupo, en las que la lengua ya se halla prácticamente extinguida y los diferentes aspectos culturales (cantos de linaje, comidas, la vivienda tradicional, las capas de cuero de guanaco) son sólo rememorados por estos tehuelches, porque ya se han perdido.
El hecho de que niños, jóvenes y adultos ya no hablen el tehuelche nos remite a un corte en la transmisión intergeneracional difícil de superar, aunque no imposible. Si bien es cierto que solamente con la voluntad de la comunidad se podrá llevar adelante un proceso de revitalización, también es necesaria la acción gubernamental y el apoyo institucional y económico para alcanzar resultados satisfactorios. En esta cuestión, corresponde a los lingüistas, por un lado, la tarea de formar jóvenes en la disciplina lingüística dentro de la misma comunidad, aquellos que presenten gran interés por recuperar la lengua y la cultura de sus antepasados, y, por otro, la de describir en detalle estas lenguas generando gramáticas y diccionarios, con la intención de producir materiales para llevar adelante la revitalización de las lenguas en proceso de extinción. De esta manera, y a partir de un trabajo mancomunado, se podrá llevar adelante la recuperación de la lengua y de la cultura del grupo, en la que los aborígenes tendrán un rol activo y destacado, ya que de ellos depende el éxito de esta empresa.


Referencias

Barbería, Elsa, “El avance de la ganadería ovina y el indígena”, Mundo Ameghiniano, 7, Viedma, Río Negro, 1988, p. 1-35.